Linea de tiempo de Competencias ciudadanas 2013 al 2015

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jueves, 3 de abril de 2014

Miro con ojos nuevos y comprendo a mi ofensor

Cartago valle                                                      Abril 2 de 2014

En este taller se busca reconstruir la memoria  en la perspectiva del reencuentro, la verdad, la justicia y la reparación.  Miro con ojos nuevos y comprendo a mi ofensor.

Dirigido a los docentes de la Institución Educativa Ciudad Cartago.


Comprender al ofensor

El perdón lleva a suspender  todo juicio sobre el ofensor  y a descubrir el verdadero  Yo,  que es creador  y un destello de divinidad
(Joan Borysenko)

Comprender al ofensor implica dejar de condenarlo. La humillación y el dolor causados por la ofensa influyen en la percepción del ofensor y pueden falsearla.


Se está predispuesto a ver en él a un ser execrable, engañoso, agresivo, infiel, peligroso, amenazador, odioso, irresponsable.

El recuerdo obsesivo de la afrenta condiciona la mirada del ofendido, hasta el punto de que el ofensor deja de ser una persona capaz de evolucionar, ya que está marcado para siempre por su delito. Con frecuencia es la ma­levolencia y la maldad personificadas.

Condenar a mi ofensor es, en cierto modo, conde­narme a mí mismo. Una gran parte de lo que repruebo en el otro es a menudo una parte de mi persona que me niego a reconocer.

Mi ofensor es entonces la pantalla sobre la que proyecto facetas mías que no me gustan.


 La persona condenada me refleja mis aspectos mal amados, por lo que sería interesante atribuirme a mí mismo los defectos y las flaquezas que achaco a mi ofensor.

Acoger lo que me da miedo de mí es indispensable para mi progresión.
 Al recuperar los aspectos que considero débiles y deficientes, me hago más completo y, por tanto, más yo mismo. No puedo, pues, comprender a mi ofensor si antes no me apropio de las debilidades y los defectos que le atribuyo.


Mirándolo bien, el precepto de no condenar al ofensor se confunde con el de «amar a los enemigos». Tampoco esta enseñanza se inscribe en una moral del deber, sino en un deseo de progreso personal.

Porque, en el contexto del perdón, el enemigo o el ofensor me remiten a esas partes mal amadas de mí mismo que constituyen mi «sombra».

 Por tanto, «amar al enemigo» supone acoger mi propia «sombra», es decir, lo que me da miedo o me hace sentir vergüenza. En definitiva, esforzarme por no condenar a mi enemigo y amarle es también no condenar a mi sombra, empezar a habituarme a ella y amarla. No juzgar en el proceso del perdón lleva, de algún modo, a una reconciliación con el ofensor, pero sobre todo a una reconciliación con el lado oscuro y tenebroso de uno mismo, que puede revelarse como un inmensa fuente de recursos personales.

Comprender es descubrir el valor y la dignidad del ofensor
Hay una tendencia a reducir al ofensor a su gesto hostil y, como consecuencia, a menospreciare sin reservas.

Sin embargo, el comportamiento culpable del ofensor dista mucho de ser la última palabra sobre él, pues, a pesar de sus faltas, es capaz de cambiar y de mejorar. 

Cuanto más profunda es la decepción, más predispone a ver sólo los defectos del ofensor y a querer destruirlo. El peligro es aún mayor cuando se trata de una persona cercana y amada Comprender es aceptar que no se comprende todo.
Aunque se quiera saber todo sobre el ofensor, nunca se podrá descubrir por completo el secreto que encierra su persona, ni siquiera todas las razones de sus actos; razones que con frecuencia él mismo ignora. 

Nos encontramos ante el misterio de una persona viva, de manera que comprender al ofensor es aceptar que no se comprende todo.

«Si alguien me hace daño, le digo a Dios: 'No com­prendo por qué me lo ha hecho, pero confío en que tú lo sepas'.
 Y esta reflexión me basta para conservar la paz interior». Estas palabras son un eco del pensamiento de Philippe Madre: «Perdonar es, en definitiva, no un gesto de olvido (de hecho, imposible, pues el mal que perdono siempre formará parte de mi historia), sino un gesto de confianza en el otro; confianza a través de un cierto su­frimiento, lo que sólo es posible con la ayuda de Dios».

Para comprender al ofensor
Si te encuentras a disgusto e incómodo durante un ejercicio, no debes em­peñarte en continuar. Si permaneces en contacto con tu malestar o tu resistencia interior, serás capaz de descubrir en qué momento del proceso estás. Esta toma de conciencia te ayudará a situarte y a calcular mejor el próximo paso a dar en la dirección adecuada.



1. Entra en ti mismo. Tómate tiempo para ver con los ojos de la imaginación al que te ha hecho daño. Repasa lo que sabes de su historia personal. Si tienes valor, ponte en su lugar y pregúntate lo que te habría pasado si hubieses tenido que vivir los mismos acontecimientos que él.

2.  Después del ejercicio anterior, te invito a descubrir la intención positiva que animaba a tu ofensor al realizar sus actos reprensibles: deseo de protegerse a sí mismo, necesidad de poder, la salvaguarda de su dignidad... Recuerda, una vez más, que reconocer la intención positiva no significa estar de acuerdo con los medios que tu ofensor utilizó para llevarla a la práctica.

3.  Haz una lista de los defectos que ves en tu ofensor, sobre todo de los que más te irritan; después aplícate cada uno de ellos. Por ejemplo, después de haber dicho: «Odio su agresividad», piensa: «Yo también soy agresivo». Quizá descubras, bajo el defecto que le reprochas, una parte mal amada de ti. Si es así, disponte a acogerla para integrarla en el conjunto de tu personalidad. Por ejemplo: «Debería armonizar mi exceso de dulzura con una afirmación más agresiva de mí mismo».