Cartago
valle
Abril 2 de 2014
En
este taller se busca reconstruir la memoria en la perspectiva del
reencuentro, la verdad, la justicia y la reparación. Miro con ojos nuevos y
comprendo a mi ofensor.
Dirigido
a los docentes de la Institución Educativa Ciudad Cartago.
El perdón lleva a suspender todo juicio sobre el ofensor
y a descubrir el verdadero Yo,
que es creador y un destello de divinidad
Se está
predispuesto a ver en él a un ser execrable, engañoso, agresivo, infiel,
peligroso, amenazador, odioso, irresponsable.
Condenar a mi ofensor es, en cierto
modo, condenarme a mí mismo. Una gran parte de lo que repruebo en el otro es a
menudo una parte de mi persona que me niego a reconocer.
Mirándolo bien, el precepto de no
condenar al ofensor se confunde con el de «amar a los enemigos». Tampoco esta
enseñanza se inscribe en una moral del deber, sino en un deseo de progreso
personal.
Si te encuentras a disgusto e
incómodo durante un ejercicio, no debes empeñarte en continuar. Si permaneces
en contacto con tu malestar o tu resistencia interior, serás capaz de descubrir
en qué momento del proceso estás. Esta toma de conciencia te ayudará a situarte
y a calcular mejor el próximo paso a dar en la dirección adecuada.
1. Entra en ti mismo. Tómate tiempo para ver con los ojos de la imaginación al que te ha hecho daño. Repasa lo que sabes de su historia personal. Si tienes valor, ponte en su lugar y pregúntate lo que te habría pasado si hubieses tenido que vivir los mismos acontecimientos que él.
3. Haz una lista de los defectos que ves
en tu ofensor, sobre todo de los que más te irritan; después aplícate cada uno
de ellos. Por ejemplo, después de haber dicho: «Odio su agresividad», piensa:
«Yo también soy agresivo». Quizá descubras, bajo el defecto que le reprochas,
una parte mal amada de ti. Si es así, disponte a acogerla para integrarla en el
conjunto de tu personalidad. Por ejemplo: «Debería armonizar mi exceso de
dulzura con una afirmación más agresiva de mí mismo».
Comprender al ofensor

(Joan
Borysenko)
Comprender
al ofensor implica dejar de condenarlo. La humillación y el dolor causados
por la ofensa influyen en la percepción del ofensor y pueden falsearla.

El recuerdo obsesivo de la
afrenta condiciona la mirada del ofendido, hasta el punto de que el ofensor
deja de ser una persona capaz de evolucionar, ya que está marcado para siempre
por su delito. Con frecuencia es la malevolencia y la maldad personificadas.

Mi ofensor es entonces
la pantalla sobre la que proyecto facetas mías que no me gustan.
La persona condenada me refleja mis aspectos mal amados, por lo que sería interesante atribuirme a mí mismo los defectos y las flaquezas que achaco a mi ofensor.
La persona condenada me refleja mis aspectos mal amados, por lo que sería interesante atribuirme a mí mismo los defectos y las flaquezas que achaco a mi ofensor.
Al recuperar los aspectos que considero débiles y deficientes, me hago más completo y, por
tanto, más yo mismo. No puedo, pues, comprender a mi ofensor si antes no me
apropio de las debilidades y los defectos que le atribuyo.

Porque, en el contexto del perdón, el enemigo o el ofensor me remiten
a esas partes mal amadas de mí mismo que constituyen mi «sombra».
Por tanto,
«amar al enemigo» supone acoger mi propia «sombra», es decir, lo que me da
miedo o me hace sentir vergüenza. En definitiva, esforzarme por no condenar a
mi enemigo y amarle es también no condenar a mi sombra, empezar a habituarme a
ella y amarla. No juzgar en el proceso del perdón lleva, de algún modo, a una reconciliación con el ofensor, pero sobre todo a una reconciliación con el lado oscuro y tenebroso de uno
mismo, que puede revelarse como un inmensa fuente de recursos personales.

Hay una tendencia a reducir al
ofensor a su gesto hostil y, como consecuencia, a menospreciare sin reservas.
Sin embargo, el comportamiento culpable del ofensor dista mucho de ser la
última palabra sobre él, pues, a pesar de sus faltas, es capaz de cambiar y de
mejorar.
Cuanto más profunda es la decepción, más predispone a ver sólo los
defectos del ofensor y a querer destruirlo. El peligro es aún mayor cuando se
trata de una persona cercana y amada Comprender
es aceptar que no se comprende todo.

Aunque se quiera saber todo sobre el
ofensor, nunca se podrá descubrir por completo el secreto que encierra su
persona, ni siquiera todas las razones de sus actos; razones que con frecuencia
él mismo ignora.
Nos encontramos ante el misterio de una persona viva, de manera que comprender al ofensor es aceptar que no se comprende todo.
Nos encontramos ante el misterio de una persona viva, de manera que comprender al ofensor es aceptar que no se comprende todo.
«Si alguien me hace daño, le digo a
Dios: 'No comprendo por qué me lo ha hecho, pero confío en que tú lo sepas'.
Y esta reflexión me basta para conservar la
paz interior». Estas palabras son un eco del pensamiento de
Philippe Madre: «Perdonar es, en definitiva, no un gesto de olvido (de hecho,
imposible, pues el mal que perdono siempre formará parte de mi historia), sino
un gesto de confianza en el otro; confianza a través de un cierto sufrimiento,
lo que sólo es posible con la ayuda de Dios».
Para
comprender al ofensor

1. Entra en ti mismo. Tómate tiempo para ver con los ojos de la imaginación al que te ha hecho daño. Repasa lo que sabes de su historia personal. Si tienes valor, ponte en su lugar y pregúntate lo que te habría pasado si hubieses tenido que vivir los mismos acontecimientos que él.
2. Después del ejercicio anterior, te
invito a descubrir la intención positiva que animaba a tu ofensor al realizar
sus actos reprensibles: deseo de protegerse a sí mismo, necesidad de poder, la
salvaguarda de su dignidad... Recuerda, una vez más, que reconocer la intención
positiva no significa estar de acuerdo con los medios que tu ofensor utilizó
para llevarla a la práctica.

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